248° Papa de la Iglesia católica
Papado: 6 de julio de 1758 – 2 de febrero de 1769.
Predecesor: Benedicto XIV.
Sucesor: Clemente XIV.
Nombre como Papa: Clemente XIII.
Nombre propio: Carlo della Torre di Rezzonico.
Lugar de nacimiento: Venecia (Italia).
Carlo Della Torre Rezzoni nació en Venecia el 7 de marzo de 1693 y murió en Roma el 2 de febrero de 1769. Educado por los Jesuitas en Bolonia, consiguió su grado en derecho en Padua y en 1716 fue nombrado refrendario de los dos departamentos conocidos como "Signatura Justitiæ" y "Signatura Gratiæ". Gobernador de Rieti en 1716, de Fano en 1721 y Auditor de la Rota para Venecia en 1725. En 1737 fue creado cardenal-diácono y en 1743 obispo de padua, donde si distinguió por su celo en la formación y santificación de cu clero, para cuya promoción celebró un sínodo en 1746 y publicó una muy notable pastoral sobre el estado sacerdotal. Su vida personal era consecuente con sus enseñanzas y el abad jansenista Clemente un testigo involuntario, nos dice que “se le llamaba santo (por su gente) y era un hombre ejemplar que a pesar de las inmensas beneficios de su diócesis y su patrimonio personal, siempre estaba sin dinero debido a la abundancia de sus limosnas y que era capaz de dar hasta propia ropa. “
(Venecia, 1693-Roma, 1769) Papa (1758-1769). Combatió el febronianismo, el regalismo, la ilustración y por lo tanto la Encliclopedia de Diderot en 1759. Intentó defender a los jesuitas expulsados de los Estados borbónicos.
En 1747 era cardenal- presbítero y el 6 de julio de 1758 elegido papa para suceder a Benedicto XIV. Se sometió a la voluntad de los electores con llanto porque preveía la fuerza y la dirección de la tormenta que se estaba formando en el horizonte político.
El Regalismo y el Jansenismo eran los enemigos tradicionales de la Santa Sede en su gobierno de la Iglesia, pero un enemigo aún más formidable surgía hasta el poder y los utilizaba como sus instrumentos: Voltaire y los Enciclopedistas, los “filósofos” como les gustaba llamarse a si mismos. Eran hombres de talento y de elevada educación y con esos donas se habían granjeado muchos admiradores y seguidores entre las clases dominantes, con el resultado de que, en tiempos de Clemente XIII, tenían representantes en el poder en la corte portuguesa y en las de todos los Borbones.
El enemigo iba radicalmente contra la misma religión cristiana que restringía su licencia de pensamiento y acción. En su correspondencia privada la llamaban Infâme y deseaban su rápida extinción con el triunfo de su política; y sabían que en sus relaciones con el público, especialmente con los soberanos, debían fingir alguna creencia católica. Al planificar su guerra contra la Iglesia estaban de acuerdo en que l primer paso debía ser la destrucción de los Jesuitas. “Cuando hayamos destruido a los Jesuitas”, escribía Voltaire a Helvetius en 1761, “lo tendremos muy fácil con l´Infâme." Su método era persuadir a los soberanos de que los Jesuitas eran el principal obstáculo para las pretensiones Regalistas, y por ello un peligro para la paz de sus reinos; apoyando estas posiciones con la difusión de literatura difamatoria así como invitando a cooperar a los que, incapaces de ver las intenciones de de sus propósitos finales, se unieron a ellos por razones doctrinales u otras, en su antipatía por la Compañía de Jesús. Esta era la situación política con la que hubo de enfrentarse Clemente XIII al comienzo de su pontificado.
Países en los que más intervino
PORTUGAL
Portugal atrajo su atención en primer lugar, porque los ataque a la Compañía de Jesús ya habían comenzado. José I un príncipe débil y voluptuoso, era una marioneta en las manos del ministro Sebastián Carballo, después Marqués de Pombal, seguidor secreto de las opiniones de Voltaire e inclinado a la destrucción de la Compañía. Una rebelión de indios en las Reducciones de Uruguay le dio la primera oportunidad. Las causas de la rebelión eran obvias, ya que los nativos habían sido obligados a abandonar sus tierras cultivadas y emigrar a la selva virgen. Pero, como estaban bajo el cuidado de los misioneros jesuitas, Carballo declaró que eran los instigadores de los nativos. Más aún, el 3 de septiembre de 1758 José I sufrió un atentado, al parecer por el ofendido marido de una señora a la que había seducido. Pombal celebró un juicio secreto en el que declaró a toda la familia Labora culpable y con ella a los jesuitas por ser amigos de los Labora. Y a continuación , con el pretexto de que todos los jesuitas pensaban igual, aprisionó a su superiores, alrededor de cien, en los prisiones subterráneas y escribió en nombre del rey a Roma para conseguir el permiso de la Santa sede para castiga a los clérigos culpables.
Clemente no se atrevió a rechazar una petición apoyada por las declaraciones del rey de que había bases sólidas para los cargos contra ellos, pero suplicó que los acusados tuvieran un juicio cuidadoso y que los inocentes no fueran incluidos en los castigos no merecidos. La carta papal fue escrita con exquisita cortesía y consideración pero Pombal dijo que era insultante para su rey y la devolvió al emisario. A continuación cargó a todos los jesuitas de Portugal y sus colonias en barco y los envió a Civitavecchia “como un regalo para el papa” sin dejarles ni un céntimo de sus bienes confiscados para su mantenimiento. Clemente los recibió amablemente y proveyó sus necesidades.
Era normal que las relaciones diplomáticas no duraran mucho después de estos acontecimientos; Pombal las cortó en 1760, devolviendo al nuncio Acciajuoli, y llamando a su propio embajador; no se reanudaron hasta el pontificado siguiente. Pombal había visto que era necesario apoyar sus medidas administrativas tratando de destruir el buen nombre de sus víctimas ante el público. Hizo que se escribieran varias panfletos difamatorios, entre los que sobresalía el llamado “Breve Relación”, en el que se acusaba a los jesuitas americanos de haber establecido un reino independiente en Sur América bajo su soberanía y de tiranizar a los indios, todo ello por una insaciable ambición y avaricia. Estos libelos fueron ampliamente distribuidos, especialmente en Portugal y España, y muchos obispos de España y de otros lugares escribieron al papa protestando contra cargos tan improbables en sí mismos y tan incompatibles con su experiencia con al Orden en sus propias jurisdicciones. El texto de muchas de esas cartas y las respuestas de Clemente se pueden ver en los "Appendices" al "Clément XIII et Clément XIV", del P. Ravignan.
FRANCIA
Era de esperar que los muchos enemigos de la Compañía en Francia se sintieran incitados a seguir los pasos de Pombal. El ataque fue comenzado por el Parlamento, de composición predominantemente jansenista, en la primavera de 1761. Aprovechando las dificultades económicas a las que habían silo arrastrados pro el asunto del Padre Lavalle, procedieron a examinar las constituciones de la Compañía, para encontrar graves impropiedades y para exigir que si los jesuitas iban a permanecer en el país, había que remodelar esas constituciones sobre el principio de reducir el poder del general y sustituyéndole prácticamente por un comisionado nombrado por la corona.
Redactaron un famoso documento llamado "Extraits des assertions", completamente inventado que distorsionaba extractos de escritores jesuitas para demostrar que su método era establecer su propio dominio justificando casi toda forma licenciosa y criminal, particularmente el tiranicidio. Luis XIV, como José I, con su voluntad enervada por la sensualidad, pero contrariamente a aquel, no era tonto y en el fondo respetaba la religión. Así que pensó salvar a un grupo de hombres que juzgaba inocentes y por ello envió sus constituciones a los obispos franceses reunidos en parís en diciembre de 1761. 45 obispos informaron a favor de que las constituciones de los Jesuitas se dejaran como estaban, otros 27 ó más, que no estaban en París enviaron su adhesión. Pero el rey estaba siendo arrastrado por el empuje de los volterianos de su gobierno y por Madame de Pompadour y prefirió el consejo del único obispo que se puso de parte del Parlamento, el obispo Fitz¬James de Soissons. Así que en marzo de 1762 publicó un edicto que permitía a la Compañía permanecer en su reino, pero prescribiendo cambios esenciales en su instituto para satisfacer al Parlamento.
Clemente XIII intervino de varias formas en la crisis de los jesuitas franceses. Escribió al rey en junio de 1761 y de nuevo en enero de 1762; la primera vez para implorarle que sobreseyera los procedimientos de su Parlamento y en la segunda para protestar contra la intención de poner, en las provincias francesas, un vicario general francés independiente del general de Roma. En esta última ocasión, mientras culpaba al general por la aceptación por parte de algunos súbditos franceses, utilizó la famosa frase: “Sint ut sint aut non sint".
Contestó a los obispos franceses que le escribieron protestando por las acciones del Parlamento agradeciéndoselo y enviando su aprobación, es decir, al obispo de Grenoble el 4 de abril de 1762 y al obispo de Sarlat ( refiriéndose especialmente a los Extraits des assertions") el 14 de noviembre de 1764, y colectivamente a los obispos en junio de 1762, exhortándoles a que usaran su influencia ente el rey para que se resistiese a los malos consejeros. Sobre el arrét del 2 de agosto de 1762 por el que el Parlamento suprimía la Compañía en Francia al mismo tiempo que ponía unas condiciones imposibles para los miembros que quisieran permanecer en el país, Clemente replicó con una Alocución el 3 de septiembre en la que protestaba contra la invasión de los derechos de la Iglesia y anulaba los arréts del Parlamento contra la Compañía. Finalmente, cuando el débil rey cediendo a las presiones del entorno, suprimió las provincias francesas con su edicto de noviembre de 1764, el Santo Padre consideró que era su deber, y cediendo a las súplicas de muchos obispos de todas partes, publicó la Bula “Apostolicum”, del 9 de enero de 1765. Su finalidad era oponerse a las interpretaciones tergiversadas del Instituto de la Compañía, los ejercicios espirituales, la predicación de misiones, y teología, dándoles una aprobación solemne y aclarando que la iglesia misma se consideraba asaltada por las condenas de lo que ella sancionaba de muchas maneras.
ESPAÑA
Los estadistas a los que escuchaba Carlos III mantenían correspondencia regular con los enciclopedistas franceses y llevaban varios años proyectando la proscripción de la Compañía siguiendo las mismas líneas que en Portugal y Francia. Pero el publico no lo sabia y tampoco los jesuitas que creían tener en su soberano un cálido amigo. Así que se llevaron una gran sorpresa cuando la noche del 2 -3 de abril de 1767 todas las casas de los jesuitas fueron rodeadas, los jesuitas arrestados e introducidos a la fuerza en vehículos que los transportaron a la costa, desde donde se les debía embarcar hacia un destino desconocido. No se les permitió llevar consigo más que el vestido que llevaban puesto.
No se dio explicación alguna, excepto lo que se decía en la carta de Carlos III a Clemente XIII, fechada el 31 de marzo, en la que se que afirmaba que el rey había considerado necesario expulsar a sus súbditos Jesuitas por razones que se reservaba para siempre en su real pecho y que los enviaba a Civitavecchia para que el papa se hiciera cargo de ellos. Se les asignaban 100 piastras al año para su mantenimiento que serían retiradas si alguno de ellos se atrevía a escribir algo en su propia defensa o criticando los motivos de la expulsión.
El papa contestó el 16 de abril con una carta muy emotiva en la que declaraba que aquello era el golpe más cruel que se había dado a su corazón paternal, rogando al rey que si alguno era acusado no fuera condenado sin un justo juicio y asegurándole que las acusaciones contra la Compañía no eran sino malas interpretaciones debido a la malicia de los enemigos de la Iglesia. Pero nada se consiguió del rey y ahora se sabe que la idea del secreto real fue un mero pretexto pensado para evitar que la Santa sede tuviera nada que decir en este asunto.
Previendo las dificultades que iban a tener en los Estados pontificios por tan gran número de religiosos expulsados, no les permitió desembarcar y después de vagar algún tiempo se establecieron en Córcega, donde se les unieron sus hermanos expulsados de la América Española. Cuando un año y medio después fueron obligados a moverse de nuevo la compasión del papa venció a la prudencia administrativa y les permitió refugiarse en su territorio.
En Nápoles reinaba un hijo de Carlos III y en Parma un sobrino. Ambos eran menores de edad y ambos tenían ministros volterianos que ejecutaban la política dirigida desde Madrid, por lo que también se prohibió a los jesuitas entrar en sus dominios, con similares manifestaciones por parte del papa. En el caso de Parma la cosa se complicaba más porque este territorio había sido considerado durante siglo un feudo de la Santa Sede y el papa mismo se vio obligado a condenar en su Monitorium del 30 de enero de 1768 algunas leyes promovidas por el duque en detrimento de las libertades de la Iglesia
Las cortes de los Borbones se unieron para reclamar la retirada del Monitorium amenazando con privar al papa por al fuerza de sus territorios de Avignon y Venaissin, en Francia y de Benevento y Montecarlo en Italia. Finalmente los días 18,20 y 22 de enero los embajadores de Francia, España y Nápoles le presentaron notas idénticas demandando la supresión entera y total de la Compañía de Jesús en todo el mundo. Estro le mató. Expiró la noche del 2-3 de febrero por el disgusto. En algún sentido, sin duda, su pontificado fue un fracaso y se le ha acusado de falta de previsión que le hizo ceder ante la exigencia de los tiempos. Pero en un sentido más elevado fue un éxito espléndido supo ver a través de los pretextos plausibles de los enemigos de la Iglesia y discernir lo que buscaban a la larga. Siempre vio el curso de los acontecimientos bajo el prisma de la fe en la que siempre confió y fue fiel. Siempre tomo posiciones sólidas y supo como defenderlas con un lenguaje apropiado a su verdad y justicia así como con moderación y compasión cristiana. Su pontificado, en resumen, permitió el espectáculo de un santo revestido de fuerza moral luchando solo contra los poderes del mundo y su fuerza física y tal espectáculo es un ejemplo permanente.
En otros aspectos, hubo de oponerse a los errores comunes de su tiempo como el Regalismo y el Jansenismo en Francia, Alemania, Holanda, Polonia y Venecia, aunque en comparación fueron asuntos de menor envergadura. Entre los libros perniciosos condenados por él estaban la "Histoire du peuple de Dieu" del jesuita Berruyer, el "Esprit" de Helvétius, la "Exposition de la doctrine chrétienne" de Mésenguy, la "Encyclopédie" de D'Alembert y Diderot, y el "De Statu Ecclesiæ" de Febronius. Favoreció mucho la devoción del Sagrado Corazón y ordenó que el Prefacio de la Santísima Trinidad se recitara los domingos
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